Comentario
Ante la dificultad, el mismo viernes se reunió un consejo de guerra que no halló otra posibilidad que desandar el camino y penetrar por otro punto de la sierra. Ante la alternativa, Alfonso VIII decidió forzar el paso a cualquier precio, pero entonces, según la Crónica de Jiménez de Rada, apareció un "hombre del lugar, muy desaliñado en su ropa y persona, que tiempo atrás había guardado ganado en aquellas montañas".
El celebrado pastor o cazador, según otras fuentes, es posible que fuese uno de aquellos numerosos fugitivos de la justicia, que vivían en la frontera a salto de mata como golfines o almogávares, según entonces se les llamaba. Sea cual fuese su identidad, aquel personaje señaló a Diego López de Haro y a García Romero de Aragón una vía alternativa, que permitiría salvar el Paso de la Losa a las tropas cristianas.
Ésa es una versión lógica, lo mismo que la posibilidad de que el ejército contara con guías, que al hallar tenaz resistencia en Losa, aconsejaran otro itinerario. La tradición milagrera, sin embargo, ha preferido ver en el providencial pastor al propio san Isidro, que acudió a guiar a los cristianos en aquel trance.
El arzobispo lo cuenta así: "Indicó un camino más fácil, completamente accesible, por una subida de la ladera del monte; y dando igual que nos resguardásemos de la vista de los enemigos, pues aunque nos vieran no estaría en su mano impedirlo, podríamos llegar a un lugar adecuado para el combate."
Este camino discurría, según la actual toponimia, desde La Ensancha hasta el Puerto del Rey, al Oeste, por la vertiente Sur de la Peña de Malabrigo, y no, como suponen otros autores, por la vertiente Norte de la Sierra. Siguiendo la ruta aconsejada por el "pastor", se cumplía el deseo de Alfonso VIII, que pretendía mantenerse a la vista del enemigo, con el fin de que sus hombres no creyeran que se trataba una retirada.
Las tropas cristianas bajaron de la Sierra por la antigua calzada romana, deteniéndose, al llegar a la Mesa del Rey -"el monte que tenía una explanada en lo alto", en palabras del arzobispo-, para establecer allí su campamento. Este tramo de la antigua calzada romana, en la vertiente Sur de la Sierra, es aún hoy perfectamente transitable, incluso hay un tramo en tan buen estado que se conoce como El Empedradillo.
El Miramamolín, que había podido seguir la marcha de los cruzados, envió un grupo de caballería con el fin de impedir que la vanguardia cristiana estableciera allí un campamento fortificado, produciéndose una importante escaramuza en lo alto de la Mesa, como lo certifican los abundantes restos (puntas de flechas, espuelas, etc.) hallados casi ocho siglos después de la lucha.
Acampados en la Mesa del Rey, el sábado 14, los jefes cristianos celebraron un consejo de guerra en el que decidieron no entrar en batalla ni el sábado ni el domingo, aun en el caso de que al-Nasir les provocara. Querían que la tropa descansase, a la que la dura marcha por tan quebrado terreno había extenuado, lo mismo que a los caballos. Además, había que valorar las fuerzas del enemigo y establecer un plan de batalla. El domingo, 15, se guardó el día del Señor y Pedro II aprovechó la fiesta para armar caballero a su sobrino Nuño Sánchez, mientras el ejército musulmán intentaba infructuosamente provocarles.